6/7/09

Hablando de círculos de la vida, pero finitos.

Es curioso que Lenna escogiera ese tema ahora.

Y es que justo hoy me encuentro a la mitad del viaje. Me subí al avión un 7 de marzo, hace 4 meses. Me subiré de nuevo por ahi de un 7 de noviembre, dentro de 4 meses.

Hace seis meses, estaba muy emocionado porque iba a dejar todo atrás. Lanzarme a un lugar totalmente desconocido, con gente desconocida, con la certidumbre de que lo único seguro era que tendría un techo bajo el cual dormir, no me iban a dejar morir de hambre, y me pondrían a estudiar algo ingenieroso. Fuera de eso, todo era una gran nube con un signo de interrogación.

No quería venir a encontrar el robot más avanzado. No buscaba la cúspide del conocimiento, ni mucho menos esperaba encontrarme al amor de mi vida. Lo que quería era encontrarme a mí mismo. Conocerme a mí. No como hijo, no como estudiante, no como novio, sino como "yo". Y también dejar atrás todas esas mañas que había adquirido por culpa de las prisas de la ciudad. Eso de andar siempre de prisa, dejar el escritorio todo desordenado, cosas botadas por todo el cuarto, y nunca tener tiempo para pensar "qué quiero hacer mañana?" y reflexionar sobre mí mismo... todo eso quedaría atrás automáticamente al viajar a un lugar nuevo por tanto tiempo.

Eso pensaba yo.

Cuál fue mi sorpresa cuando noté que unos meses después, mi escritorio acá también está desordenado, siempre ando corriendo, y casi no me doy tiempo para reflexionar.

Muchas veces creemos que un viaje largo nos va a dar tiempo para pensar, para arreglar el desorden dentro de la cabeza, para mejorar nuestra vida. Que las cosas se van a arreglar automáticamente.

Y no.

Puedes estar en México, en Japón, en Canadá o en Australia, y las cosas no se van a arreglar solitas. Sí, hay que buscar un espacio y tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos... pero no tienes que ir tan lejos.




Después de 4 meses, ya me acostumbré a comer con palitos, a andar en los trenes, a que JICA paga, al katsudon y a los onigiris, al CC Lemon y al Calpis, a que no me tengo que estar cuidando en la noche porque me vayan a asaltar, a que tranquilamente puedo pedirle a cualquier persona que me tome una foto y lo hará sonriendo, a andar en bicicleta por la ciudad, a encontrar máquinas de bebidas en cada esquina, a que las calles están limpias y en cualquier vuelta me encontraré un precioso templo antiguo o al menos un parque bonito.

Pero también extraño mucho un buen pozole, unos tacos al pastor, un buen mariachi, unas aguas locas en casa del Heras, jugar Nintendo con mis primos hasta las 4 de la mañana y pelearnos por quién va a pedir la pizza, una noche de Rock Band en casa del Kwancha, un café con mis amigos de la prepa, o Mario Strikers en mi casa con mis amigos de la carrera. Los sábados en casa de mi abuelita con mis tíos, albureando a las viejitas sin que se den cuenta, y mi casa y mis papás, que están tan felices de que yo esté acá y siempre me han apoyado en todo.

Por un lado, extraño mucho todo eso, y por el otro, ya quiero seguir. Cada vez estoy más convencido de que el siguiente paso implicará que todo eso será menos frecuente. Y también estoy emocionado por dar ese siguiente paso.

Afortunadamente, cada vez son menos los nudos que tengo en la cabeza. Sólo me quedan por resolver asuntos terrenales, pragmáticos, vulgares, pero lo interno ya prácticamente está.




A partir de hoy, cada día he pasado más tiempo viviendo en Tsukuba que en Osaka, que tanto cariño le tengo.

A partir de hoy, cada vez me queda menos tiempo en Japón. Se acaba lo que fue mi objetivo durante un par de años.



Todos los ciclos en la vida se terminan. Hay que estar siempre emocionados por hacer que venga algo mejor; siempre construir para arriba, sin dejar de ver a la gente que quieres, sin dejar de hacer las cosas que quieres. Pero sin extrañar de manera triste; sin rechazar al futuro.

Hablando de círculos de la vida, infinitos.


Aquí te encontré, aunque perdido no estabas.
Aquí te encontré y el giro de mi vida comenzó en un espiral, que de ninguna manera me haría caer en el infortunio que habría conocido en otros huracanes, fugaces al fin,
Pero tu no, tu aquí te plantaste, frente de mi y todo lo cambiaste.

Me obligaste a mirarte y me derretí al hacerlo, al mismo instante en el que me devolvías la vida, como una prestación a mi existencia. Sé que esta vez, Dios me la debía.

Y entonces comencé a entrar así despacito, a todo el ser que eres. El bueno y el malo, el atento y el fúrico, el maduro y el niño que aún tiene deseos de comprar juguetes. Todo tu, lo blanco y lo negro, se combinaba en un gris perfecto. Me enseñaste música y yo te enseñé a respirar.

Nunca pude sospechar siquiera, las cosas que te harían feliz, aquello que posiblemente pudiese aplicar cuando te viera cabizbajo y sin ganas de salir a patear charcos. Entonces me prometí encontrarlo y te llené de detalles cursis, de ganas por comprarte tennis costosos, de cafés de color rosa y de risas en aires rentados de la Roma. Te dije que sí a la pregunta más importante de tu vida, te lavé la cara y te puse una mascarilla buscando que sanaras, desde afuera, para adentro.

Tonta de mi.

No bastaron los regalos costosos ni las cartitas de amor, tampoco los sueños ni las promesas, no fue suficiente nada de eso, para lograr arrancarte una sonrisa sinceramente amplia...

...Hasta ayer.

Y es que ¿Quien lo iba a pensar? Lo único que querías era un día sencillo, calmado, pausado y lleno de tus personas importantes. Sonreías sin parar y tus ojitos pro primera vez vi brillar, que ilusión verte saltar por las esquinas de la casa de tus padres, verte entrar y salir enseñando los dientes a todos los invitados: Tus padres, tu mejor amigo y yo.

¿Quién lo iba a decir? Tan sólo querías que tu y yo estuviésemos ahí sentados, admirando lo que sucedía en el festejo de tu cumpleaños, con la gente que quieres, con la gente que importa y que maravilla ¡Estar ahí incluida!

Ayer me enseñaste una lección muy valiosa: Lo más importante en la vida, contiene lo más sencillo, lo que a veces olvidamos, lo que siempre estará ahí, siendo bueno o malo en nuestro rol: La familia.

La familia. Tu familia que te quiere tanto, tus sobrinos que te abrazan a la menor provocación, tu hermana que te da de vez en cuando esas palmaditas en la espalda sé que orgullosa está de su hermano menor, tu padre que camina como pavo real presumiendo lo que su hijo ha logrado. Tu madre, llena de lágrimas en los ojos al decirte que no pudo tener un mejor hijo que tu. Tus primos que te ven como ejemplo y desearían seguir tus pasos, así'nomas para llegar a ser como tu. Tu tía que te defiende a capa y espada, incluso de mi, pero que recuerda a cada momento cuando te cargaba en sus brazos y tu buscabas su protección. Tu familia que te ama, te adora, te quiere.

La familia, la que tu escoges, la que tienes en cada amigo que entregas todo tu ser. Tu mejor amigo, el que ha sabido devolverte el empeño a la amistad que han sembrado desde hace 10 años, los veo y podría jurar que auténticamente son hermanos. Tu lo elegiste tanto como él te eligió a ti.

La familia, la que planeamos formar. Tu y yo, como vértice de todo el universo, de todo lo que continuará después de la explosión que provocó el habernos conocido justo aquí.

Feliz cumpleaños, vida mía.
Tu que ya eres toda mi vida y yo que planeo ser la tuya.