10/6/09

Se llamaba Nostalgia.



Sin que nadie lo note, sin que nadie alcance a mirarla, hay días en que a ella le gusta subir a la azotea y mirar a la gente mientras se fuma un cigarro. Desde ahí observa callada como se mueven, fascinada por la cámara lenta de sus predecibles acciones. Y entonces entrecierra los ojos para ver si ésta vez nota a alguien distinto, sólo para darse cuenta que al final todos miran igual, que sus secretos siguen siendo los mismos, que siempre acaban rompiéndose en la misma banqueta. Resignada, suspira profundo y detiene la vista en el pavimento que brilla y juega con la lluvia de ésta tarde. Entonces, tristemente, sonríe. Y es que por alguna razón, ella sabe que desde hace mucho le pertenece al verano, a las gotas que suavemente acarician sus alas grises, cansadas. Su paraíso personal se ha reducido a una azotea húmeda desde donde se alcanza a percibir un olor a café y a limpiador de pisos al que a ella le gusta llamar como mezcla de la casa.

Está sola y mira a la vida sin miedo. Ya ha pasado por esto antes, eternidad de minutos cortos, pasivos. Tira la ceniza del cigarro a la calle para que las personas que caminan debajo crean que son sueños, ideas nuevas mandadas del cielo. Sonríe de nuevo, complacida entre sus años rotos, entre los brillos que se le escapan de los ojos, esos ojos donde se pueden leer miles de océanos viejos que contrastan casi brutalmente con su cara casi de niña. Pero ella sigue ahí; quieta, tranquila, sentada en el borde de su azotea donde divaga un poco y piensa que por alguna razón ella siempre ha preferido el mar al cielo: las nubes de espuma esconden más espejismos. Es así como sobrevive entre luces continuas de ciudades veloces. Y a pesar de las cicatrices de plumas blancas que le condenan la espalda con fecha de siempre, sabe que aunque no muera nunca, ella es mortal desde aquel verano bisiesto que dejó un recuerdo por cada grano de arena de mar...
Y una vez más, sola, se quedará ahí sentada en la esquina de su azotea esperando una sílaba que le arranque la ropa, deseando el beso que le desate los nudos que le amarran las manos. Dará otra fumada a su cigarro gastado de vidas y esperará por él, por aquel que fue único y que brillaba distinto, con aquel que fue capaz de dejarle inservibles las alas desde que se fue... porque él; su él, sin saberlo, encerró el único secreto que valía la pena entre sus labios, y detuvo el tiempo justo a la mitad de la inclinación asimétrica de su sonrisa.



* Ésta no fue tanto una réplica, sólo otra visión de la nostalgia. Gracias Lenna por seguir reviviendo este blog!