15 de noviembre de 2002
Nuestros labios se separaron en un último adiós. Te miré a los ojos con dolor, con el dolor de nunca más poder verlos igual, nunca más sabiendo que al verlos me enamoraría de tí y que eso traería felicidad para los dos. No, a partir de ahora, el enamorarme más de tí sólo provocaría dolor. Tratando de no derramar más lagrimas, te di la espalda.
Crucé esa puerta que tantas veces ya había cruzado, siempre con dolor de salir por ella, pero siempre con la esperanza de entrar de nuevo el día siguiente. Hoy no había esa esperanza. Crucé tu puerta una última vez, y la cerré tras de mí, tratando de no ver tus ojos vidriosos al voltear.
Paso tras paso, empecé a caminar rumbo a mi coche. El camino se me hizo tan largo... sin embargo el tiempo no existía ya. La fría lluvia caía sobre mí, gota tras gota. Pero el frío que hacía temblar mis piernas no era de la lluvia, ni del viento, ni de nada. No venía de nada. De un vacío que en algún momento surgió, un vacío que empezó a carcomer mi interior. Mis ojos ya no miraban nada, mis oidos ya no oían tu voz. Sólo el eco de esa puerta de metal que tras de mí cerré. Y luego di el segundo paso.
Y así, poco a poco, cada paso un tormento, recorrí ese largo camino de tu puerta a mi coche. Y entonces no pude seguir. Me quedé en la puerta sin poder abrirla. No podía aceptar que al entrar al auto me despediría por última vez de esa pared blanca junto a la cual tantas veces me había estacionado, esa pared que por tantas tardes sirvió de refugio a mi coche. Nunca más volvería a ver la franja azul que me emocionaba tanto al anunciar que estaba cerca de ti.
Y no pude entrar. Algo me hizo quedarme ahí, ante tu ventana, sintiendo la lluvia caer. Esa misma lluvia que tantas veces nos había acompañado en penas y alegrías. Si las nubes supieran hablar... podrían contar de aquella noche en que dije no, y el largo camino hacia la casa, en el que la lluvia, gota tras gota, me hizo verme arrepentido. Podrían contar de esas noches en la playa en las que íbamos de tienda en tienda, tímidamente agarrados de la mano, brincando los charcos, queriendo bailar en la lluvia. Y en ese momento, una gota suspiró en mi oído y me recordó aquella tarde en la escuela... aquella bellísima tarde, en la que todo desapareció para que sólo existiéramos tú y yo corriendo y bailando en el agua... sin gente, sin tiempo, sin lugar... Y así, con mi cuerpo tieso, mi cara viendo a tu ventana, mi alma decidió salir.
¿A dónde fue? No lo sé, no me llevó con ella. Sólo me dejó ahi tieso, sin saber qué hacer, ante la impotencia de no poder hacer ya nada por regresar la felicidad. Y mis pies no querían alejarse de tu casa; y mis manos no querían abrir el auto, y mis labios no querían dejarte, y mis ojos sólo querían verte.
Y así, ante tu ventana, esperé y esperé. Aún no sé qué esperaba. Probablemente quería despertar, oir la alarma del reloj y darme cuenta de que había sido una pesadilla. Que el sueño no había terminado.
¿Cuánto tiempo pasé ahí? No lo sé, tal vez fueron 2 minutos, tal vez fue una eternidad.
De repente el Destino, después de tan mala jugarreta que me había hecho, decidió cumplirme mi última voluntad antes de marchar. Apareciste en la ventana, me viste y con la mano dijiste adiós. Entonces desapareciste de nuevo, la luz se apagó, y yo me quedé ahí, solo, sólamente acompañado de la lluvia, que caía sobre mi cuerpo recordándome lo hermosa que era cuando estaba a tu lado.
Y ante tu ventana me quedé, sin saber qué hacer, sin conocer dónde estaba esa parte de mí que me hacía falta. Y podría haberme quedado ahí 3, 4 horas. Tal vez fue así. Sólo sé que me era imposible moverme. No podía abandonar tu casa sin saber que iba a volver al día siguiente. Y sólo observaba tu ventana, y sólo tu ventana observé, mientras mi alma merodeaba por allá, llorando a los cuatro vientos que te acababa de perder. Y mi cuerpo ahí tieso, ante tu ventana, sin entender qué había pasado.
La Razón despertó entonces, ya cansada de esperar a encontrar la explicación. Tomó el control de mi cuerpo y, sin esperar a que regresara mi alma, dondequiera que ésta hubiera ido, tomó las llaves del coche y empezó a abrir.
Y entonces oí tu puerta, seguida de tu voz, como un espejismo, como un engaño de mis oidos. Y no lo creí.
Luego te vi corriendo hacia mí, con los brazos abiertos. De nuevo un espejismo.
Y mi piel también intentó engañarme diciendo que sentía tus brazos en mi espalda.
Y empecé a pensar que podría ser verdad cuando mis labios sintieron los tuyos.
Pero mi alma no estaba ahí aún para entender qué pasaba.No entendía por qué habías salido corriendo de tu casa, no entendía por qué no me dejabas ir.No entendía por qué decías ser una tonta.
No fue sino poco a poco, diciéndome "sí, quiero ser tu novia" y mirándome a los ojos, que pude sentir mi alma revivir.
Y entonces,... volví a entrar por tu puerta.
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Qué cursi.... ¡Feliz Año Nuevo!