Releyendo mi escrito anterior, me doy cuenta de que sólo fue un gargajo ñoñamente apresurado por la emoción de participar, pero dista mucho de ser un post digno de un Bloggero con quien Ustedes Quisieran Intercambiar Fluidos (BUQIF, nombre en español de éste, su espacio). Así que, arriesgándome a ser violentamente castigado por el Poder Superior Bloggístico, y quizá perderme la próxima jornada, he decidido intentar redimirme y postear por segunda vez en el mismo tema. Pero sólo lo hago por los lectores. Y por el tema de la semana. Y porque soy bien ñoño y me gusta escribir.
Ya fue establecido en escritos anteriores que durante mucho tiempo competía con Lenna y el Ninja, cada quien en su escuela, por ver quién era el más ñoño. (Bueno, con el Ninja la competencia fue un poco asincrónica). Siendo así, al empezar el último tercio de la década de los noventas, yo vestía playeras tipo polo que me compraba mi mami, usando camiseta abajo, zapatos sencillos casi ortopédicos (no hay que usar tenis muy seguido porque se deforma el pie), mi cabello a veces se esponjaba casi como afro pero normalmente traía un copete ñoño caído sobre la frente, y usaba unos lentes que, si bien no eran de fondo de botella, eran grandes, muy grandes. Fue el único armazón que daba el ancho de mi desarrollada cabeza, y tenían la ventaja de abarcar casi todo mi amplio campo visual.
Estaba yo ya acostumbrado a que siempre que era 14 de febrero o navidad o 30 de abril y los de Tercero venían paletas y globos y flores y todo eso para que le mandaras a tus amigos, a mí nunca me tocaba nada. O quizá alguna vez un globo de la única niña aun más ñoña que yo, que le compraba a todos. Pero a veces ni eso.
Cursaba yo primero de secundaria, y, por razones ñoñas que en otra ocasión detallaremos, iba todos los sábados a la escuela a una cosa que era algo así como un club de matemáticas, donde nos preparaban para las Olimpiadas. (Seguro todos ya lo saben, pero existen mundialmente Olimpiadas de Matemáticas, de Física, de Química.... aunque ojo, NO son como las pintan en las películas y en las caricaturas.)
Lo poco que me acuerdo de esas sesiones es que aprendí a jugar Nim y que siempre nos hablaban de un mítico viaje a Argentina. No recuerdo si el concurso era en Argentina o el viaje era el premio por ganar el concurso, pero todos soñábamos con ser lo suficientementeñoños inteligentes para ir a Argentina.
Un año y medio después, por fin entré al concurso en forma. En el trayecto, empecé a coleccionar muy oprgullosamente varios diplomas que enmarqué y puse en la pared de mi cuarto, en un rincón. Poco a poco y después de varios meses y varios exámenes, fui quedando entre los mejores 25 del DF... luego los mejores 10 del DF... y finalmente los mejores 8 del país.
Entonces la siguiente etapa del concurso era a nivel Iberoamericano, en la ciudad de Guaymallén, provincia de Mendoza.
En Argentina.
Así, el humilde Hotel Nomeacuerdocómosellama cerró sus puertas al público en general, para recibir a 76 estudiantes provenientes de México, España, Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Venezuela y no sé qué otros países, que participarían en la Sexta Olimpiada Matemática Rioplatense.
Aunque el examen constaba sólo de dos partes de 6 horas cada uno, un día por parte, todos estábamos invitados a pasar ahí una semana completa. Los mexicanos hasta nos vimos más abusados y estuvimos como 10 días.
Un día, mientras paseábamos en un parque, nos encontramos a un caricaturista. Cada quien pasaba a sentarse en su banquito, y por 6 pesos argentinos recibía un bonito retrato a lápiz con la interpretación del artista.
El mío tenía mi enorme cabeza, mi fleco sobre la cara y los lentesotes, sobre un personaje vestido con una bata de científico escribiendo millones de fórmulas en un pizarrón. A doble carta.
Ya cuando llegaron todos los demás, era curioso que cualquier transeúnte que pasara por el hotel, vería un montón de chavos echando relajo pero quizá no sospecharía que venían a una Olimpiada de Matemáticas. De los 76, sólo unos... 15 éramos visiblemente matemáticos. La mayoría no tenían aspeco ñoño. Sólo unos cuantos.
Como yo.
Y Sagrario.
Sagrario era la orgullosa representante del pueblo de Zumpango, Edo. Méx., y era unas 6 veces más ñoña que yo.
Sus habilidades para socializar eran notables. Una vez, en la comida, estábamos hablando de estaciones de radio, y alguien mencionó que a veces gustaba de escuchar Alfa. Sagrario, ipso facto, hizo una valiosísima aportación:
Aunque Sagrario no entendió por qué todos nos carcajeamos, yo sí entendí una cosa. Nunca en la vida querría ser como Sagrario. Y también entendí que, gracias a Dios, en este grupo yo no sería El Ñoño. Sagrario tenía ese puesto, y por mucho, y por lo tanto yo automáticamente me convertí en... no-ñoño.
Así que durante esos diez días, socialicé, canté, hice amigos, me emborraché, me divertí, e hice un horrible ridículo en el examen del concurso (ver nivel I). Pero no importaba, lo viajado nadie me lo quita. Y lo aprendido. Así que en el concurso no gané nada. Pero en el viaje gané mucho.
Tras regresar a casa, la caricatura antes mencionada fue enmarcada y la colgué junto a todos los diplomas que ya venía acomulando, en la pared del rincón de mi cuarto. Primero era una especie de souvenir del viaje, y un complemento al diploma de participación que se agregó a la colección. Pero después vi que era una especie de recordatorio de lo que ya no quería ser.
A partir de ahí me dediqué a ir a fiestas, conocer gente, hacer amigos.
Y empezaron a llegar los 14s de febreros y navidades donde los de Sexto vendían globos y paletas y flores. Y yo ya no me iba a casa con las manos vacías.
Y empecé a acumular globos que empezaron a tapar los diplomas que tenía en mi pared. Y me di cuenta de que ese tipo de cosas son mil veces mejores que los diplomas.
Ese fue el inicio de una lenta (muy lenta) transición para dejar de ser ñoño... transición que, evidentemente, nunca concluyó, jeje.
Para aquéllos que tengan curiosidad por saber más detalles de mi ñoñez, vayan a mi blog.
Ya fue establecido en escritos anteriores que durante mucho tiempo competía con Lenna y el Ninja, cada quien en su escuela, por ver quién era el más ñoño. (Bueno, con el Ninja la competencia fue un poco asincrónica). Siendo así, al empezar el último tercio de la década de los noventas, yo vestía playeras tipo polo que me compraba mi mami, usando camiseta abajo, zapatos sencillos casi ortopédicos (no hay que usar tenis muy seguido porque se deforma el pie), mi cabello a veces se esponjaba casi como afro pero normalmente traía un copete ñoño caído sobre la frente, y usaba unos lentes que, si bien no eran de fondo de botella, eran grandes, muy grandes. Fue el único armazón que daba el ancho de mi desarrollada cabeza, y tenían la ventaja de abarcar casi todo mi amplio campo visual.
Estaba yo ya acostumbrado a que siempre que era 14 de febrero o navidad o 30 de abril y los de Tercero venían paletas y globos y flores y todo eso para que le mandaras a tus amigos, a mí nunca me tocaba nada. O quizá alguna vez un globo de la única niña aun más ñoña que yo, que le compraba a todos. Pero a veces ni eso.
Cursaba yo primero de secundaria, y, por razones ñoñas que en otra ocasión detallaremos, iba todos los sábados a la escuela a una cosa que era algo así como un club de matemáticas, donde nos preparaban para las Olimpiadas. (Seguro todos ya lo saben, pero existen mundialmente Olimpiadas de Matemáticas, de Física, de Química.... aunque ojo, NO son como las pintan en las películas y en las caricaturas.)
Lo poco que me acuerdo de esas sesiones es que aprendí a jugar Nim y que siempre nos hablaban de un mítico viaje a Argentina. No recuerdo si el concurso era en Argentina o el viaje era el premio por ganar el concurso, pero todos soñábamos con ser lo suficientemente
Un año y medio después, por fin entré al concurso en forma. En el trayecto, empecé a coleccionar muy oprgullosamente varios diplomas que enmarqué y puse en la pared de mi cuarto, en un rincón. Poco a poco y después de varios meses y varios exámenes, fui quedando entre los mejores 25 del DF... luego los mejores 10 del DF... y finalmente los mejores 8 del país.
Entonces la siguiente etapa del concurso era a nivel Iberoamericano, en la ciudad de Guaymallén, provincia de Mendoza.
En Argentina.
Así, el humilde Hotel Nomeacuerdocómosellama cerró sus puertas al público en general, para recibir a 76 estudiantes provenientes de México, España, Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Venezuela y no sé qué otros países, que participarían en la Sexta Olimpiada Matemática Rioplatense.
Aunque el examen constaba sólo de dos partes de 6 horas cada uno, un día por parte, todos estábamos invitados a pasar ahí una semana completa. Los mexicanos hasta nos vimos más abusados y estuvimos como 10 días.
Un día, mientras paseábamos en un parque, nos encontramos a un caricaturista. Cada quien pasaba a sentarse en su banquito, y por 6 pesos argentinos recibía un bonito retrato a lápiz con la interpretación del artista.
El mío tenía mi enorme cabeza, mi fleco sobre la cara y los lentesotes, sobre un personaje vestido con una bata de científico escribiendo millones de fórmulas en un pizarrón. A doble carta.
Ya cuando llegaron todos los demás, era curioso que cualquier transeúnte que pasara por el hotel, vería un montón de chavos echando relajo pero quizá no sospecharía que venían a una Olimpiada de Matemáticas. De los 76, sólo unos... 15 éramos visiblemente matemáticos. La mayoría no tenían aspeco ñoño. Sólo unos cuantos.
Como yo.
Y Sagrario.
Sagrario era la orgullosa representante del pueblo de Zumpango, Edo. Méx., y era unas 6 veces más ñoña que yo.
Sus habilidades para socializar eran notables. Una vez, en la comida, estábamos hablando de estaciones de radio, y alguien mencionó que a veces gustaba de escuchar Alfa. Sagrario, ipso facto, hizo una valiosísima aportación:
Alfa es la primera letra del alfabeto griego. La mayúscula es como una A normal, pero la minúscula tiene colitas. Luego sigue Beta, que también parece una B pero con una colita...
Aunque Sagrario no entendió por qué todos nos carcajeamos, yo sí entendí una cosa. Nunca en la vida querría ser como Sagrario. Y también entendí que, gracias a Dios, en este grupo yo no sería El Ñoño. Sagrario tenía ese puesto, y por mucho, y por lo tanto yo automáticamente me convertí en... no-ñoño.
Así que durante esos diez días, socialicé, canté, hice amigos, me emborraché, me divertí, e hice un horrible ridículo en el examen del concurso (ver nivel I). Pero no importaba, lo viajado nadie me lo quita. Y lo aprendido. Así que en el concurso no gané nada. Pero en el viaje gané mucho.
Tras regresar a casa, la caricatura antes mencionada fue enmarcada y la colgué junto a todos los diplomas que ya venía acomulando, en la pared del rincón de mi cuarto. Primero era una especie de souvenir del viaje, y un complemento al diploma de participación que se agregó a la colección. Pero después vi que era una especie de recordatorio de lo que ya no quería ser.
A partir de ahí me dediqué a ir a fiestas, conocer gente, hacer amigos.
Y empezaron a llegar los 14s de febreros y navidades donde los de Sexto vendían globos y paletas y flores. Y yo ya no me iba a casa con las manos vacías.
Y empecé a acumular globos que empezaron a tapar los diplomas que tenía en mi pared. Y me di cuenta de que ese tipo de cosas son mil veces mejores que los diplomas.
Ese fue el inicio de una lenta (muy lenta) transición para dejar de ser ñoño... transición que, evidentemente, nunca concluyó, jeje.
Para aquéllos que tengan curiosidad por saber más detalles de mi ñoñez, vayan a mi blog.
6 comentarios:
Como tu padrino y sensei, sólo espero que en Japón tengas sexo oral con un par, o más (¡no las cuentes por favor!) de hermosas prostitutas japonesas o algo similar, tu maestra por ejemplo; y que cuando regreses pongas un noñoloft en una colonia chingona (queda abierta la propuesta)
es más más allá de la ñoño y el mortal de a pie. Trasngredite la barrera y ahora jamàs seràs ni uno ni otro.
Como Neo. creo.
o el mono de 21 blackjack
Ou yo creí que Lenna era ñoña y vengo aqui recien descubro el blog y no lo puedo creer... No lo puedo creer...
Primo... Te voy a sacar más seguido.
ash que ÑOÑO!!!
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